En recuerdo de Miguel Ángel Blanco
Estos días se cumplen veinticinco años del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, el joven concejal del Partido Popular en el Ayuntamiento de Ermua, al que por sus ideas -la unidad de España y la libertad- la banda terrorista ETA, mató de la manera más cruel que puede haber. Días antes, en la madrugada del dos de julio de 1997, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado habían liberado a José Antonio Ortega Lara, al que los asesinos de ETA habían tenido secuestrado en un zulo inmundo, con la pretensión, incluso, de dejarlo morir enterrado en vida. Fue el secuestro más largo de ETA, 532 días: Ortega Lara fue secuestrado poco antes de las elecciones generales de marzo de 1996 y liberado en julio del año siguiente. Ese golpe fue durísimo para los asesinos, que respondieron en poco más de una semana con el vil asesinato a cámara lenta de Miguel Ángel Blanco.
Era el diez de julio de 1997, jueves. Lo recuerdo bien porque esa tarde, tras finalizar mi jornada de becario en prácticas en Santander Investment, me había acercado, hacia las cuatro de la tarde, a la Universidad Autónoma de Madrid para ver si habían publicado la única nota que faltaba de la convocatoria ordinaria de junio de mi último curso de la carrera de Económicas. Cuando llegué a la facultad de CC. EE. y EE. de la UAM y vi que la nota de Hacienda Pública Avanzada -del profesor Álvarez-Rendueles- estaba publicada y de manera satisfactoria, sonreí y regresé a casa muy contento desde Cantoblanco, con la carrera terminada bajo el brazo. Algunas horas más tarde, las radios comenzaban a dar la horrible noticia de ese día, el secuestro de un joven concejal en el País Vasco: lo oímos comprando hielo en una gasolinera para una fiesta veraniega que iba a dar un amigo en su casa. Recuerdo que los ánimos se nos vinieron abajo con semejante horror y nos pasamos toda la tarde-noche hablando de esa acción asesina. Todos coincidíamos en que el joven muchacho -siete años mayor que nosotros- estaba sentenciado, que el Gobierno no podía ceder por principios, pero que, además, si cediese, no salvaría la vida de Miguel Ángel Blanco.
Pasaban las horas y la exigencia de ETA permanecía: el acercamiento al País Vasco de los presos de la banda. Sábado de concentraciones y manifestaciones en la mañana y, por la tarde, a la hora del café, en la sobremesa de cada casa, las televisiones interrumpían su programación para informar de que había sido encontrado un joven malherido, con disparos en la cabeza. Después, tras la confirmación de que se trataba de Miguel Ángel Blanco, las imágenes inolvidables de la ambulancia trasladando al joven al hospital de San Sebastián, en camilla, inconsciente, casi muerto. Horas después, día trece de julio, Miguel Ángel moría.
Su muerte hizo estallar la rabia de los españoles: recuerdo que algunos basatunos tuvieron que ser protegidos por la policía en Pamplona, en plenos sanfermines, porque todavía presumían de la acción asesina de ETA y la gente de bien se lanzó a por ellos, en estado de lógica rabia e indignación.
Murió Miguel Ángel Blanco y nació el espíritu de Ermua, que acorraló a los terroristas y que fue un paso decisivo para su derrota. Dos años y medio antes, en el asesinato de Francisco Tomás y Valiente en la UAM -recuerdo también el sonido de las ambulancias en el campus, mientras hacía un examen de Macroeconomía- fue el detonante del “basta ya” y las manos blancas.
Sánchez, ahora, pacta con los herederos del brazo político de ETA y traiciona a la memoria de Miguel Ángel Blanco y de todas las víctimas de ETA. No todo vale con tal de estar en el poder. Sánchez llevará para siempre consigo ese signo de vileza e ignominia. Recordemos a Miguel Ángel Blanco, joven economista de profesión, concejal por vocación, español, vasco y defensor de la libertad. Nuestro homenaje eterno hacia él.
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